viernes, 21 de noviembre de 2014

Morena: el extraño pez de las leyendas

Este artículo se publicó por Mónica Alonso en la Revista Escápate, en el número 12 

Todos hemos experimentado cierto temor cuando nos hemos encontrado una morena bajo el agua. Su boca abierta y aspecto fiero han contribuido a que este animal esté rodeado de historias y leyendas. Aprendamos un poco de él.

Los peces de la familia de las morenas (Muraenidae) tienen forma anguiliforme o de serpiente y presentan características muy diferentes a las del resto de peces. La familia de los muraenidos se compone de 15 géneros y más de 200 especies, alcanzando su mayor diversidad en aguas templadas o tropicales. Como curiosidad, la morena más grande de todas es la morena gigante (Gymnothorax javanicus) que puede alcanzar los 3 m de longitud y los 30 kg de peso. Existen algunas especies adaptadas para la vida en agua dulce.

Para ser peces, presentan numerosas características muy diferentes a ellos. No tienen aletas pectorales ni pélvicas, y la aleta dorsal ocupa toda su longitud. Tampoco tienen escamas, y la mucosa que cubre su cuerpo (para compensar la ausencia de escamas y facilitar el hidrodinamismo) es tóxica en muchas especies. Su cuerpo presenta una musculatura fuerte y vértebras flexibles, lo que le permite una natación ondulante, sin  ayuda de unas inexistentes aletas. Tienen unos ojos pequeños y una gran boca permanentemente abierta para facilitar la entrada de agua y poder respirar. Las branquias de estos peces se localizan en dos orificios circulares situados tras la boca, por donde sale el agua que absorben durante el proceso continuo de apertura y cierre de esta.

Primer plano de una morena negra en Canarias (Muraena augusti),
endémica de las islas de la Macaronesia. 
En la imagen se pueden apreciar sus dos pares de narinas
 u orificios nasales y sus afilados dientes inclinados hacia atrás.
Dentro de la boca se localizan infinidad de dientes que utilizan para desgarrar a sus presas, las cuales localizan gracias a su buen olfato. En la parte superior de la boca presentan dos apéndices nasales tubulares, más o menos visibles según la especie, que contienen millones de células olfatorias.

Son grandes depredadores nocturnos que consumen cefalópodos y moluscos. Se ocultan en grietas entre las rocas donde acechan a sus presas, y por tanto, no es frecuente verlas nadando fuera de sus escondrijos. Tienen debilidad por los pulpos, a los cuales arrancan los tentáculos desgarrándolos con su potente boca. Para ello, una vez que hacen presa, se contorsionan hasta formar un nudo con su cuerpo, y con un retroceso violento logran arrancar el tentáculo. En otros casos, tras atrapar el tentáculo, giran rápidamente sobre el eje de su cuerpo, desgarrándolo y separándolo del resto del animal.

Morena en su cueva, con parte de su cuerpo
 fuera de la misma. Puede observarse en la 
imagen el orificio donde tiene las branquias, detrás de la cabeza.


Podemos estar tranquilos cuando buceamos con ellas, pues no son peces agresivos ni peligrosos, y generalmente solo atacan cuando se ven acosados. Al contrario que  lo que dice la creencia popular, la mordedura de la morena no es venenosa, aunque dada la presencia de numerosas bacterias en su boca, tiende a infectarse. Por la disposición de sus dientes, porque no suele soltar a sus presas una vez que muerde, y por su tendencia a girar sobre sí misma para desgarrar, provocan heridas que suelen ser muy escandalosas y feas, y a menudo se requiere de sutura reconstructiva. Es más frecuente la mordida de las morenas cuando se las alimenta, dado que su deficiente visión no les permite diferenciar los dedos del buceador de la comida que se les ofrece. Por ello, no es aconsejable esta práctica, que tan frecuentemente vemos en nuestras inmersiones.

Zina Deretsky ,  National Science Foundation (after Rita Metha, UC Davis)
Modificada por Mónica Alonso
Las morenas tienen dos pares de mandíbulas, las mandíbulas 
orales, que capturan la presa, y las mandíbulas 
faríngeas que avanzan dentro de la boca y mueven 
la presa desde las mandíbulas orales hasta el esófago. 

Una característica que ha suscitado el estudio muy reciente por parte de los científicos, es la disposición de sus mandíbulas, puesto que tienen un segundo par de ellas en el interior de la garganta, llenas de dientes inclinados hacia atrás, que les ayudan a deglutir los grandes trozos de las presas. La mayoría de los peces capturan sus presas utilizando la succión. El mecanismo es sencillo: cuando el alimento está muy cerca, abren rápidamente su boca y lo succionan. En este movimiento expanden la cavidad bucal (en algunos casos de manera muy llamativa), creando presión negativa y succionando el agua y la presa hacia su garganta. Pero este simple sistema tiene sus restricciones. Por un lado, el tamaño de la presa a engullir está muy limitado. Por otro lado, debe existir espacio necesario alrededor de la cabeza del pez para poder expandir sus mandíbulas. Estas dos limitaciones no permiten el uso de este sistema en animales como la morena, que se sitúa en espacios reducidos y se alimenta de presas grandes.  Por ello, en lugar de succionar a sus presas, las morenas tienen fuertes mandíbulas orales llenas de de dientes afilados. Con el segundo par de mandíbulas (faríngeas), se facilita la deglución de los enormes trozos de presa.

Su forma de respirar y su imponente presencia, unido a las leyendas populares les han creado una mala reputación totalmente infundada. Según el cronista romano Plinio el Viejo, los romanos más ricos y poderosos adornaban a las morenas que tenían por mascotas, con lazos y joyas. Dice la leyenda que arrojaban esclavos a los estanques de morenas, para divertirse cuando les mordían. Todas estas historias pueden ser más o menos creíbles, pero lo que sí es cierto es que los romanos apreciaban mucho la carne de morena, por la cual los aristócratas tenían debilidad, y las cultivaban en viveros para servirlas en ocasiones especiales. Hay constancia histórica de que en tiempos de Julio César se llegó a celebrar un enorme banquete para 6000 personas cuyo menú estaba compuesto principalmente por morenas.
UC Davis, Revista Nature
Radiografía de la cabeza de la morena, 
donde se puede  apreciar el segundo par de mandíbulas.


La antigua expresión de “estar condenado a las morenas” proviene de la costumbre de la Roma clásica de alimentar a estos peces con los esclavos condenados a muerte, considerando que el sabor de la carne de morena mejoraba mucho si se alimentaba de carne humana. Parece ser que esta es una leyenda que crearon los padres de la Iglesia, en su afán de denigrar las costumbres de la Roma pagana.

Se cuenta que el cónsul Lucio Licinio tenía en su casa un inmenso vivero de morenas, y decidió cambiar su apellido por el de Muraena. De este nombre viene el nombre científico de la familia Muraenidae.

El consumo de este animal no está exento también de cierta leyenda, aunque actualmente se sigue consumiendo la carne de morena en algunas zonas de nuestro país y del mundo. En la antigua Roma se hablaba ya de que su sangre cruda fuera venenosa, y es que,  las morenas, como otros peces anguiliformes, pueden tener proteínas tóxicas en su sangre, dependiendo de la especie y del individuo.  Dado que se trata de un depredador, el consumo por parte de las morenas de animales neurotóxicos hace que en ocasiones su carne presente estas  sustancias acumuladas. Por ello se ha creído en algunos periodos de la historia que su carne era venenosa. Incluso alguna de las teorías sobre la muerte del rey Enrique I de Inglaterra dicen que se debió a la ingesta de una morena (aunque otras historias hablan de indigestión por ingesta de lampreas).

Para aquellos que tengáis la curiosidad de probarla, se dice que la morena tiene una carne sabrosa y firme y posiblemente la mejor forma de cocinarla es friéndola cortada en rodajas, de forma que la piel quede crujiente y la carne jugosa.

En las Islas Canarias, donde el consumo de la morena es habitual, la técnica artesanal de su pesca se acompaña de lo que se denomina el “canto de la morena”, que es una especie de tonada que cantaba el pescador para atraer al animal y dejarlo aletargado. Consiste en una cancioncilla repetitiva acompañada por silbos, y tiene por finalidad captar la atención de la morena y dejarla “adormecida”, que es cuando el pescador aprovecha para matarla. La tradición del “canto de la morena” es muy antigua y ya en el siglo XVI se hace explícita referencia a estos cantos en textos escritos.

Para el mantenimiento de la higiene bucal, las morenas cuentan 
con la colaboración de gambas que se alimentan de los restos 
de alimento no ingeridos. El camarón limpiador de la morena 
mediterránea (Muraena helena) se llama camarón monegasco o 
Lysmata seticaudata. Es bastante frecuente observar estas gambas 
si durante la inmersión nos paramos a mirar en las cuevas 
donde viven las morenas. En algunos casos lo primero que vemos 
son las gambas en la entrada de la cueva, y luego sale la morena 
a vigilar su morada, perturbada por la presencia de los buceadores.
Las morenas nunca se comen sus camarones limpiadores,
 se quedan inmóviles hasta que éstos han acabado su trabajo.
Fuera ya de historias y leyendas, para los que queráis saber más de la biología de estos animales, indicaremos que la reproducción de la morena es poco conocida, que suelen poner huevos de aproximadamente 5 mm en la época estival. Los cuerpos de macho y hembra se colocan muy juntos durante un par de horas, que es cuando la hembra (de tamaño mayor al del macho) pone alrededor de 10000 huevos, que fertiliza el macho según salen del cuerpo de la hembra. La larva, denominada “leptocéfala”, es plana dorsolateralmente, de naturaleza pelágica y planctónica, y permanece en este estado larvario durante largo tiempo (más de un año) antes de sufrir la metamorfosis y convertirse en adulto joven. Dado el largo periodo de la fase larvaria, durante la cual puede alcanzar hasta una longitud de 20 cm, se llegó a creer que las larvas eran una especie de pez diferente. Solo tienen la capacidad de reproducirse las morenas de varios años de edad, con un tamaño considerable.

Aunque las morenas están en lo alto de la cadena trófica, también tienen sus depredadores, que suelen ser tiburones o barracudas. Su esperanza de vida es muy desconocida, pero se cree que pueden llegar a vivir entre 10 y 30 años, dependiendo de las especies. Como son territoriales y longevas, en algunos lugares de inmersión hay morenas conocidas por los buceadores habituales, que les suelen poner nombre.


Como hemos podido ver en este texto, se trata de unos animales fascinantes por la cantidad de curiosidades que presentan. Ahora solo tenemos que bucear con ellos y verlos con otros ojos.
Morena mediterránea en las costas murcianas. Presenta una hilera de dientes situada en la parte central del paladar.
Esta morena (Muraena helena) ha sido sorprendida “de caza” diurna. Las morenas se aventuran fuera de sus cuevas durante el día, cuando la caza está asegurada.

La morena mediterránea o pintada (Muraena helena) tiene un cuerpo marrón claro o amarillento. Es la morena más frecuente en el Mediterráneo.  En la imagen, tomada en las costas murcianas, podemos verla fuera de su cueva, lo cual no es muy habitual en inmersiones diurnas.
Morena picopato (Enchelycore anatina). Es una de las morenas más impresionantes de las Canarias y se encuentra en la Macaronesia e islas del Atlántico Oriental. A veces se la llama morena tigre o fangtooth (dientes afilados).
Murión o morena marrón (Gymnotorax unicolor). Se encuentra en las islas atlánticas y a veces en el Mediterráneo. Es más robusta que la morena negra o la mediterránea, y el color es más marrón claro, con pocas manchas. Bajo el agua sus ojos parecen azules.
En la cultura popular canaria se la conoce como el macho de la morena. 
Morena leopardo o teselata (Gymnotorax favagineus) fotografiada en Maldivas. Son morenas muy grandes, pueden llegar hasta los 3 m de longitud, mientras que las morenas del mediterráneo rara vez superan el metro de longitud. Es una de las morenas más grandes del Indopacífico. Muy cotizada para exhibición en los acuarios.
Morena cebra (Gymnomuraena zebra) fotografiada en Manado, Indonesia. A diferencia del resto de morenas, se alimenta exclusivamente de crustáceos, erizos de mar y moluscos, pues tienen unos dientes menos afilados, perfectos para machacar los caparazones. Se las ha visto cazando en cooperación con meros: la morena entra en las cuevas, espantando a los animales que viven en ellas, y los meros los esperan a la salida de las cuevas. 

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