lunes, 16 de noviembre de 2015

CARA A CARA CON EL TIBURÓN DE ARRECIFE Carcharhinus perezi

Texto: Mónica Alonso Ruiz
Este artículo se publicó en la revista Escápate num 16
 http://www.cluboceanides.org/escapate

De todos es conocida mi afición a los tiburones, y mi labor en favor de su conservación. Este verano tocaba llevar a cabo aquello de lo que tanto hablo en mis charlas de tiburones: “Vale más un tiburón vivo que uno muerto”. Por ello, cuando dentro del viaje a Roatán que realizamos en junio pasado, nos propusieron hacer una inmersión de buceo programado con tiburones, pues no me lo pensé, y finalmente resultó ser una de las mejores experiencias de mi vida subacuática. Y no me resisto a contároslo aquí.

¿Por qué bucear con tiburones?
Cuando alguien ajeno al buceo nos hace esta pregunta, las respuestas son variadas y cada uno de los buceadores que practica esta modalidad tiene una diferente. Unos dicen que hace las inmersiones más interesantes: ver “bichos” cuanto más grandes mejor es todo un aliciente. Otros hablan de la componente de “riesgo” que tiene bucear con los “depredadores del mar”. Otros pensamos que los tiburones son fascinantes, que son un grupo de animales que han demostrado tener una serie de habilidades, al menos llamativas, y nos llama la atención conocerlos en su medio. También algunos pretendemos con esta actividad demostrar que el “riesgo” es controlado y desmitificar su imagen de depredadores despiadados que nos ha sido (y sigue siendo) transmitida por el cine y los medios de comunicación. Y finalmente, para mí una de las más importantes desde el punto de vista práctico: con nuestra participación fomentamos el negocio del buceo con tiburones, dando valor al tiburón vivo frente a su pesca.
En tu mano tienes un gran abanico de razones: escoge tú la tuya… o búscate una nueva.


El tiburón de arrecife del Caribe Carcharhinus perezi
Esta especie de tiburón está presente solo en los arrecifes del Caribe y en las costas de Brasil. Tiene la forma característica de un tiburón de arrecife (o gris, como a mí me gusta llamarles), con un cuerpo esbelto pero potente, con una aleta dorsal grande, color gris que pasa a blanco en su parte ventral. Mide hasta 2.5 – 3 m, y tiene un morro redondeado, relativamente corto, una segunda aleta dorsal pequeña, una incisión en la base de la primera dorsal. Con estas características es difícil distinguirlo de las otras especies. En realidad son todos tan parecidos, y ante la dificultad de encontrase ejemplares de distintas especies en la misma localización, dado que el ámbito geográfico de cada uno es diferente, pues lo habitual es que los guías de buceo te digan cual es la especie con la que está buceando. En el Caribe, esta es la especie de tiburón de arrecife con la que más se bucea y se realizan estas actividades de buceo programado.
Esta especie está considerada como “Casi Amenazada” según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y está incluida dentro del grupo de los Carcarínidos, donde también podemos encontrar al tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), la tintorera (Prionace glauca), el jaquetón oceánico (Carcharhinus longimanus) y otros tiburones del género Carcharhinus (los “grises”, tan parecidos entre sí): C. amblyrhinchus, C. albimarginatus, C. altimus, C. falciformis, C. galapagensis. C. obscurus, C. plumbeus….

El lugar

La experiencia de buceo con tiburones tuvo lugar en la Isla de Roatán (Honduras), en el Mar Caribe, en un lugar llamado “Cara a cara”, situado en un arrecife sumergido de la zona sur de la isla, a una media milla de la costa. Partiendo del resort donde estábamos pasando nuestras vacaciones de buceo, situado en la zona norte de la isla, la menos expuesta a los vientos, tuvimos una navegación de una media hora, en condiciones de mar movida y cielo encapotado, tras una semana de buceo con un tiempo de tormenta continua y oscuridad de las aguas (para nada pudimos disfrutar de las aguas turquesas del Caribe). La navegación se hizo en un barco del resort, en realidad una excelente embarcación muy preparada para el buceo, pero la inmersión la realizábamos mediante un centro de la isla especializado en esta actividad de buceo con tiburones. El responsable de este centro, Sergio, un italiano afincado en Honduras desde hace 16 años, cuando comenzó a realizarse la misma, es un enamorado de los tiburones, y cuando se enteró de mi interés por los escualos, enseguida se puso a hablar con nosotros (únicos españoles y única chica en un grupo de toscos “americanotes”) y tuvimos una agradable charla sobre buceo con tiburones durante la travesía.


El “briefing”
Siguiendo las consignas de seguridad en el buceo, siempre se deben comenzar todas las inmersiones con una pequeña explicación por parte del guía. Y en el caso de una inmersión programada con tiburones podríamos decir que es lo más importante, dado que en esta charla se nos deben dar todo tipo de explicaciones y precauciones sobre una actividad novedosa en la inmersión.
En nuestro caso el “briefing” nos lo dio Sergio, como responsable de la inmersión, y se realizó en el propio barco, antes de comenzar la navegación, para asegurarse de que todo el mundo estaba en buenas condiciones para escuchar. Sergio nos explicó que la inmersión en sí no era complicada, se trataba de bajar por un cabo hasta unos 20 m de profundidad, para permanecer estacionarios a esa profundidad unos 25 minutos. Nos indicó primeramente cual era el tipo de tiburón que íbamos a ver, que son animales fascinantes, que en particular el “perezi” come peces (no humanos) y que es cierto que puede oler la sangre (de los peces, no la de los humanos) a mucha distancia. Que por ello se les atrae con cebo sin sangre, veremos que es muy poco en realidad y que cuando nos tiráramos al mar no íbamos a encontrarnos a los tiburones “esperándonos con las fauces abiertas” como algunos pudieran pensar.
Explicó que se trataba de un grupo de unos 15 ejemplares de hembras, muy conocidas por el propio Sergio y sus colaboradores, que iban a aparecer abajo (nunca en superficie) una vez que él se sumergiera con el cubo agujereado de cebo que llevaría y que bajaría en primer lugar a la zona donde íbamos a estar, en un arenal delante de una pared de coral. La idea era que los buceadores (15 clientes en total, más los asistentes del centro y de nuestro resort) se situaran apoyados en la arena delante de la pared y que permaneciéramos apoyados en el fondo. De esta manera los tiburones iban a pasar por delante de nosotros en contra de la corriente, teniendo nuestra espalda cubierta. Nos explicó que la verdadera dificultad de la experiencia radicaba en la presencia de olas y corriente y el tener que bajar agarrados por el cabo, no por la presencia de los tiburones, los cuales nunca se acercarían a nosotros si no fuera por el cebo.

Las condiciones para el buceo
Una vez preparados, y cuando Sergio se sumergió por el cabo, con el cubo de cebo, pues empezamos a bajar. El mar estaba movido y gris, y yo en particular, tras días bajo la lluvia, presentaba un ligero bloqueo nasal, y las habituales molestias que en mí son desgraciadamente “habituales” cuando llevo varios días buceando, como es la dificultad para compensar. La visibilidad era mala y la corriente menor de la que me esperaba, pero suficiente para tener que bajar con una mano en el cabo (ciertamente inclinado, especialmente en superficie).
Tardé casi 10 minutos en poder bajar muy despacio, compensando mis oídos cada medio metro, y diciéndome que era posible que no pudiera conseguir llegar abajo. No estaba dispuesta a hacerme daño en los oídos, lo cual implicaba que posiblemente tuviera que abortar mi descenso, como me ocurre a veces en otras inmersiones que debo abortar.

Cara a cara con los tiburones
Estaba tan absorta en mis oídos que casi no me di ni cuenta que se vislumbraban unas sombras alargadas e hidrodinámicas que pasaban por debajo de mí. Llegué abajo y allí estábamos todos. El espectáculo y la acción habían comenzado sin mí. Es impresionante estar frente a estos animales, que pasaban nadando majestuosamente por delante de nosotros ¡¡tan cerca!! sin inmutarse por nuestra presencia, pero sin duda activados por el olor del cebo.
Enseguida me di cuenta de que el cubo con el cebo estaba a mi izquierda, escoltado por Sergio….y por una masa de unos 80 cm, que se movía delante de mí….se trataba de un enorme mero que estaba acechando el cubo, tan cerca que tuve que apartarlo para que me dejara sitio para estar cómoda. El simpático mero era un habitante de la pared de coral de nuestra espalda y sin duda espectador habitual de esta experiencia.

Tras unos minutos de relativa acción, con los tiburones pasando, el mero observando, y los buceadores haciendo fotos sin parar, me di cuenta de que no nos daban la señal para poder nadar entre los tiburones antes de abrir el cubo de cebo: nos habían dicho en el “briefing” que si no había corriente podríamos hacerlo, pero con la corriente (y creo yo que con la poca experiencia de alguno de los buceadores, por no hablar de la obesidad y falta de forma física….), pues decidieron no permitirnos nadar con ellos (no fuera que tuvieran que ir a buscar a alguno, que se dejara arrastrar por la corriente…).

Sergio se puso en el arenal delante de nosotros, con el cubo en sus manos. Llevaba guantes de cota de malla, precaución necesaria cuando se maneja cebo entre tiburones. Con un golpe de aleta se elevó levantando la tapa del cubo, y alzándose por encima de la cota de los tiburones, que se lanzaron en forma de masa descontrolada a por el pescado del cubo. En realizad no hubo el “frenesí alimentario” que yo había visto en vídeos de otras actividades parecidas a esta. Estaba claro que la comida era tan poca…que yo no vi trozos de pescado por ningún lado.
Tras acabar con el cebo, algunos ejemplares se fueron pero otros siguieron rondando la zona unos minutos más….Sergio levantó una piedra que ocultaba un resto de cebo, que sin duda había escondido él mismo cuando bajó el primero, y que tenía la finalidad de “prolongar” un poco más la experiencia, permitiendo que los tiburones se quedaran unos minutos más en la zona.

Acabado todo el cebo los tiburones desaparecieron y los buceadores se lanzaron al arenal a buscar los dientes que se les caen a los escualos cuando comen: era el premio por habernos estado quietos observando. Tras ello ya no había nada que hacer allí y comenzamos el ascenso.
Finalizada la actividad, tras la pertinente parada de seguridad, yo estaba feliz en el barco. Había conseguido bajar (no sin esfuerzo) y disfrutado mucho de la inmersión. Lo de que la experiencia es un “subidón de adrenalina” en este caso y para mí no es cierto, pues me sentí cómoda y fascinada.

Conclusiones e interrogantes 
En el trayecto de vuelta, y ya en casa, me surgieron algunos interrogantes, relacionados con las razones por las que se bucea con tiburones. Y os los transmito aquí.
Con estas prácticas, ¿se modifica la conducta del tiburón frente a los humanos? Indudablemente algo sí, aunque no se les “alimente”. ¿Se contribuye a “salvar” a los tiburones? ¿Se da valor al tiburón vivo frente al tiburón muerto? ¿O solo se ve cumplido el deseo del buceador “friki”? ¿Realmente se consiguen defensores de los tiburones?

Ahí os quedan estas reflexiones, para que todos las pensemos y adoptemos nuestra posición al respecto.

martes, 10 de noviembre de 2015

NARCOTIZADOS: MITO Y REALIDAD SOBRE LA BORRACHERA DE LAS PROFUNDIDADES

Texto: Leyre Segura. "La Pequeña Nudibranquia"
http://elrincondelnudibranquio.blogspot.com.es/


Barracuda
David Doubliet
De todos los trastornos que puede sufrir un buceador (que son muchos y deliciosamente variados) la narcosis o "borrachera de las profundidades" es sin duda uno de los más extraños: se trata de una intoxicación por exceso de nitrógeno en el organismo, y su síntomas son muy parecidos a los de una borrachera de copazos. A 10 metros bajo el agua sus efectos son imperceptibles, alrededor de los 30 metros el organismo empieza a acusar sus primeros indicios, y a más de 70.... en fin, ya son ganas liarla. Cada cuerpo es un mundo y cada persona reacciona a la narcosis de diferente manera, pero un cuadro sintomático general podría ser el siguiente:

10 - 30 m. Leve deterioro en el desempeño de tareas (El manómetro tiene que estar por aquí, colgando de alguna parte...), leve deterioro del razonamiento (¿Me se habrá caído?), y puede presentarse euforia leve (Joder este pez es el mejor putopez que he visto en mi vida).

30 - 50 m. Retraso en la respuesta a estímulos visuales y auditivos: (...¿qué?), alteración del razonamiento y de la memoria inmediata (¡Mira, un cangrejo! ¡Mira, un cangrejo! Por cierto, ¿has visto ese cangrejo?), ideas fijas (De aquí no me muevo hasta que salga ese pulpo de la grieta), errores de cálculo y alteración en la capacidad de toma de decisiones (Estoy en reserva... venga, pues una vueltecilla más y me subo), exceso de confianza y del sentido de bienestar (Soy la sirenita Ariel y este es mi reino, lalalaaa...), risa y locuacidad injustificada que pueden sobrellevarse mediante auto-control (¡Me parto el ojete con esta roca!) e incluso episodios de ansiedad, más común en aguas frías y turbias (Tengo frío y no veo. Sacadme de aquí.)

50 - 70 m. Los síntomas se intensifican: somnolencia, deterioro del juicio, confusión (Tengo señito, nena a dormir...¿dónde está mi almohada?), alucinaciones (Que chula esa ballena tricolor con tenazas de langosta), retraso severo en la respuesta a señales, instrucciones y otros estímulos (cri-cri...cri-cri...), mareos ocasionales (Dicen que es muy fácil vomitar con el regulador puesto. Comprobémoslo), risa descontrolada, histeria (Jajajjajjajajaaa, está reputa roca es lo más gracioso que he visto enmividaaaaaAAARGH!!!!!!), estados maníacos o depresivos (Igual debajo de mí está pasando un horrible monstruo marino) y sensación de terror (Voy a ser devorado por un horrible monstruo marino).

+90 m. Bueno chavales, a partir de esta profundidad se acaban las bromas. Estupor, sensación de levitación, aumento de la intensidad de la visión y la audición, alucinaciones fuertes, alteración de la percepción del tiempo, sensación de apagón inminente, cambios en la apariencia facial, pérdida del conocimiento... y muerte.
PLACAS CONMEMORATIVAS EN EL BLUE HOLE, DAHAB
La narcosis no es letal por si misma si se detecta a tiempo: sólo es necesario ascender a la zona de seguridad para que sus efectos vayan desvaneciéndose sin dejar secuela. La gran mayoría de los casos de narcosis no pasan de ser meras anécdotas: descacharrantes algunas, espeluznantes otras, inofensivas las que más. Pero cuando pasas la frontera de los 60-70 metros...son palabras mayores.

¿Sabes lo que tienes que hacer para encontrarte con una sirena? Bajas al fondo del mar, donde el agua ya ni siquiera es azul y el cielo es sólo un recuerdo. Flotas allí en el silencio, y te quedas allí. Y decides que morirás por ellas. Sólo entonces empiezan a salir. Vienen y te saludan , y miden el amor que sientes por ellas. Si es sincero, si es puro, se quedarán contigo, y te llevarán con ellas para siempre. 

Jaques Mayol

He bajado bastante rápido y noto como el perro de la narcosis me está mordiendo...la náusea me invade...me siento incómodo...intento nadar y lo hago dentro de una masa gelatinosa....el aire es espeso y cuesta un poco respirar...alguien está tocando una campana...¿porqué tañen una campana? Debo concentrarme...Me llamo Ramón y vivo en Girona...estoy aquí para hacer algo...otra vez tocan la campana...debe ser una señal...¿de qué?...otra vez, "ganang-ganang-ganang"...quizás es un aviso...¿de qué?...no puede ser; no hay campanas en el fondo del mar...aunque, ¿podría haber un pecio cerca y la corriente agitase la campana del puente?...Piensa, Ramón, piensa...Joder que sueño tengo...me gustaría cerrar los ojos, aunque fuese solamente por un momento...NO! No debes hacerlo! Estoy narcótico, eso es! Pero aun por un momento... pero la maldita campana no me deja...tengo la boca llena de monedas de cobre...el aire es metálico...¿por qué le he puesto cobre?... se que tengo que hacer algo, pero no recuerdo que...en la mano derecha tengo un regulador..¿qué coño hago con el regulador en la mano? intento ponérmelo en la boca pero noto que ya tengo uno...claro, si estoy respirando...me toco la cabeza y noto algo sobre la oreja...algo se ha pegado a mi oreja...intento arrancármelo con la mano izquierda, ya que en la derecha tengo PEGADO un regulador...al hacerlo me arranco la máscara...al intentar ponérmela por acto reflejo el regulador que sigue pegado a mi mano derecha me molesta..me saco el de la boca y me meto el otro..¡joder que aire más frío!(...) 

Ramón Verdaguer

¿HÉLICE? ¿QUÉ HÉLICE?
Los síntomas iniciáticos de la narcosis son discretos y difíciles de percibir. Te distraes... te cuesta concentrarte... no entiendes bien las señales del manómetro o del ordenador.... empiezas a pensar "estoy idiota o qué", y lo más divertido de todo: de tanto rodearte de peces, al final éstos te acaban contagiando su legendaria "memoria de pez". Las pérdidas de memoria suelen arrojar anécdotas curiosas, como la del chaval que bajó a un pecio en Cabo de Palos llamado "Naranjito". La inmersión se desarrolló sin contratiempos, pero la sorpresa le esperaba en tierra: cuando se juntaron en el bar a ver las fotos de la excursión descubrió unas cuantas imágenes suyas posando garbosamente junto a la hélice del Naranjito... lo cual no tendría nada de particular, de no ser porque el chaval no se acordaba en-ab-so-lu-to de haber estado ahí, ni de haber visto nada parecido durante la inmersión. "¿Hélice? ¿Qué hélice? ¡No me jodas que había una hélice! Vamos a ver... ¿estáis seguros de que ese de la foto soy yo? No me acuerdo de nada....". Narcótico perdido, el tío.
Y hasta aquí los preliminares.

El primer y más sutil efecto de un buen golpetazo de narcosis es, como dice el psicólogo submarino Antonio Bermejo, un sentimiento de relajación física y mental muy intenso. Es la comunión con el Gran Azul, una sensación embriagadora y muy difícil de describir. Muchos buzos niegan que esto sea un efecto de la narcosis, pero lo cierto es que llevas un globo de puta madre y perdón por la expresión. En semejante estado de éxtasis nos volvemos criaturas absurdamente peligrosas para nosotros mismos... ¿ejemplo? Muchos buceadores se sienten poco más que inmortales, aqua-mans, sirenitos... y acaban por deshacerse de todo su equipo al considerarlo innecesario. Normalmente a éstos se les puede parar a tiempo. Otros han llegado a creerse criaturas con branquias capaces de respirar bajo el agua, y han soltado sus reguladores e inhalado con decisión... y funestas consecuencias, claro. Y finalmente tenemos el caso de algunos buzos que, hipnotizados por la inmensidad del horizonte submarino, se separan del grupo y hay que ir a buscarlos porque si no pueden acabar en Pernambuco. Y es que la vida es así: a veces es necesario cortarle el rollo a la gente y decirle "No, no eres un sireno. Eres un mamífero borracho y terrestre con 50 bares de aire en tu botella, y te voy a sacar de los pelos por mucho que quieras quedarte aquí a jugar con tus amigos los crustáceos". Y punto.

TRANQUILOS, EL MEGALODON YA NO EXISTE... ¿O SI?
El segundo efecto, las reacciones fóbicas, es el extremo opuesto al anterior: oscuridad, miedo, ansiedad y, paradójicamente, claustrofobia generada por la presencia envolvente del azul. En muchos casos se trata de miedos personales que llevamos enterrados dentro, y que se disparan en momentos de inquietud o estress: si de pequeño dormías con una lucecita en el pasillo, empezarás a notar la oscuridad del mar abriéndose bajo tus pies. Si te repelen las medusas, ya será mala suerte encontrarte con una especialmente grande bajo los efectos de la borrachera de las profundidades. La presencia de animales salvajes o la inquietante sensación de su cercanía hace que te pases toda la inmersión con la banda sonora de "Tiburón" retumbando por los recovecos de tu narcotizada cabecita.

Las reacciones fóbicas pueden ir acompañadas también de reacciones depresivas relacionadas casi siempre con el concepto de abismo: es oscuro, es desconocido, es tan inmensamente grande que nos cuesta hasta imaginarlo. A cualquier humano esto tiene que afectarle, necesariamente. Citando otra vez a Bermejo, la reacción fóbica se manifiesta con tres fantasías muy recurrentes: la primera, una sensación de hundirse en la nada, en la boca negra y bostezante del piélago. La segunda, el temor por la aparición de una "bestia" de las profundidades, cuya presencia se intuye o "palpita" en lo hondo. Y la tercera, más común y menos dramática, una repentina preocupación por los seres queridos que muchas veces acaba desembocando en llanto, como en las clásicas borracheras terrestres. 

Y finalmente llegamos a la guinda del pastel, mi parte favorita y posiblemente la más espectacular de todas las reacciones: las ilusorias. Alucinaciones, visiones, espejismos, auditivos, visuales o las dos cosas a la vez y en technicolor.... las anécdotas de este tipo de reacciones pueden llenar un archivador entero y nadie te podrá decir nunca donde está la frontera que separa el mito narcótico de la realidad. Antaño, los antiguos submarinistas bajaban a grandes profundidades con una mezcla tradicional de aire y oxígeno, lo que les producía unas borracheras legendarias. Hoy en día contamos con avances como el nitrox o el trimix, que nos evitan en gran medida este tipo de intoxicaciones y viajes siderales, empujando a las viejas historias dentro del baúl de la leyenda urbana... ¿Ejemplos? ¡Un par, por favor!

OK BRODER
Un fotosub va por el fondo, patxín-patxín, y de repente ve a una langosta bien gorda y hermosa moviéndose y bailoteando sobre la arena. Es tan divertida que le hace un vídeo de varios minutos de metraje. ¡Ya verás cuando se lo enseñe al resto del grupo!, pensaba el tío... y efectivamente, el resto del grupo flipó: en el vídeo no se veía más que un fondo de arena, y ni rastro de la langosta bailonga. Otro chico se vio gratamente sorprendido cuando descubrió que su compañero de buceo era él mismo. Supongo que se dieron el OK y tan contentos.


Y ya va siendo la hora de cerrar este alucinógeno post con la historia de narcosis más bonita que me hayan contado jamás, y que además ocurrió en las aguas que me han visto crecer: el Mediterráneo que baña la costa de Cabo de Palos, en la bella Cartagena. ¿Cuánto hay de verdad en esta historia? Ni lo sé, ni me importa. 

La costa de la reserva marina de Cabo de Palos e Islas Hormigas es rica en naufragios: una medialuna de bajos mortales, algunos de ellos a tres metros escasos de la superficie, se encargaba de rajar la barriga a todos los barcos que se aventuraran a cortar tan peligrosa línea: Naranjito, Stanfield, Candelero, Carbonero, Doris, Atlantic City, USS Willmore, Maria Dolores, Alavi, North America, Minerva... y el más célebre de todos, el Titanic español: SS Sirio (1883), un trasatlántico italiano de 5.000 toneladas de acero en el que perdieron la vida entre 200 y 500 personas, según el baile de cifras. No es un pecio accesible, ni fácil: la popa se encuentra a unos 40 metros de profundidad, mientras que la proa está a nada menos que 70 metros, en el reino de lo que Verdaguer llama "los perros de la narcosis".

Dos buceadores ampliamente cualificados bajan a la proa del SS Sirio: uno de ellos se mantiene en la zona de seguridad, como guardián de su compañero, mientras el otro desciende hasta la destrozada cubierta del barco. Entre los escombros invadidos de gorgonias rojas sobresalen los restos de una estructura: la antigua tarima donde la banda de música amenizaba las suaves noches de verano al ritmo de valses, polkas y animados reels. El buceador recoge uno de los pedazos de madera sueltos, una bella barandilla decorada con notas musicales en bajorelieve. El trabajo es de una delicadeza exquisita. Mientras lo contempla y lo gira entre sus manos enguantadas, comienza a oir en sordina unos acordes ahogados, que poco a poco se van perfilando como una melodía. La música parece sonar en la antigua tarima de orquesta: viene de todas partes y de ninguna, como todos los sonidos bajo el mar, y envuelve a navío y buceador en el mismo hechizo. Los perros de la narcosis andan sueltos a 70 metros de profundidad sobre un barco-cementerio, y ya no hay quien los pare.

Es en ese escenario nostálgico, bellísimo y delirantemente peligroso en el que se aparece la chica: al principio no es más que una mancha azul cobalto sobre el cobalto del mar, pero poco a poco va cobrando relieve como una pieza de seda ante los ojos del buceador. La chica es guapa y triste, como las muchachas de los daguerrotipos, y lleva un vestido azul que ondea con las corrientes. El nitrógeno corre como una cascada por la sangre del buceador, y en consecuencia hace lo más sensato que se puede hacer cuando una chica bonita, vestida de largo, se detiene frente a tí en la cubierta de un barco hundido mientras suena la música... pues bailar con ella. Una mano enguantada en neopreno sobre una mano de blancura abisal, enlazados por la cintura, comienzan a girar por la cubierta del Sirio al ritmo de una música cada vez más nítida. Vueltas y más vueltas, rodeados por una espiral de burbujas, se abrazan hasta que llega un punto en el que la chica se detiene bruscamente: de repente, ya no quiere bailar más... ¿la habrá ofendido, se habrá sobrepasado? Desde luego, no era su intención. Ella intenta soltarse del tosco abrazo del buzo. Forcejean y en el forcejeo, la cara de la muchacha se transforma a una velocidad de vértigo: en cuestión de segundos aparecen en su delicado rostro una máscara de buceo, un regulador, una barba poblada y a su alrededor el aura de la cabellera desaparece para dar paso a una capucha de neopreno. Es su compañero, el guardián en la zona de seguridad, agitándolo con fuerza en un desesperado intento de soltar de los engarfiados dedos del intoxicado un trozo de madera tallado con notas musicales.

El hechizo se rompió finalmente y los dos experimentados buceadores pueden ahora contar su historia por los bares de Cartagena y Cabo de Palos... mientras, en lo más profundo, la chica del vestido azul sigue esperando, sobre la cubierta del malhadado Sirio, que baje otra pareja de baile.
La apneista Natalia Ayseenko

Cartagena, 27 de mayo de 2013